La pasión del hombre

Año 33. La religión y la política habían convertido al medio oriente en un caos. La tiranía reinaba, y los débiles eran oprimidos. De pronto, un hombre aparece para cambiar todo lo que fue. Para hacer nuevas todas las cosas. Y no, mi querido lector: No estoy hablando de Superman.

Me conoces, mi querido lector. Y sabes que no gusto de los temas religiosos. Prefiero no hablar, o escribir, sobre ellos porque mi propia percepción respecto a lo que llamamos «religión» es, como todo lo que ocurre en los oscuros rincones de mi mente, divergente y, ergo, sesgada. Sin embargo, el tema que nos reúne en ésta entrada no puede pasar desapercibido porque trasciende la fe y la creencia. Es un asunto, lejos de religioso o político, humano.

Lo digo porque, hace poco, logré ver entera una película sobre una parte de la historia más grande jamás contada. Y ésta película cuenta su cuento de una manera realmente brutal…

Mel Gibson hizo un trabajo fenomenal plasmando la vida del personaje conocido como Jesús de Nazareth en sus últimos momentos de vida. Y, aunque la película a la que me refiero, «La pasión de Cristo», no fue ni será ajena a la controversia, y aunque muchos opinen que es antisemita, respetuosamente discrepo.

Y es que, mi querido lector, siempre he pensado que sólo se puede comprender el bien por medio del mal. Puede sonar a pseudo-intelectualismo, pero piénsalo un momento. ¿De qué otra manera podríamos saber si vamos por el camino correcto si no tenemos claro cuál es el camino incorrecto?

 

Mi punto es éste: Éste individuo (Jesús de Nazareth, interpretado de manera brillante por Jim Caviezel), perfectamente consciente de lo que le esperaría, pese a que le suplicaron de todas las formas posibles no hacerlo, calado de terror hasta su última molécula, decidió entregarse a un pueblo opresor. Someterse a las más crueles e inhumanas vejaciones incluso de su propia gente, dejar su carne, su sangre y su dolor en cada paso del camino, soportar torturas que, sólo para la vista, son casi insoportables, exponerse a dolores y sufrimientos inenarrables, hasta morir además, sólo por un ideal.

 

Me deja pensando…

 

Desde los catecismos, en las reuniones de abuelas y clases de religión en las escuelas, se nos ha enseñado que Jesús fue azotado, cargó una pesada cruz a cuestas, se burlaron de él hasta más no poder, lo mataron colgándolo de un madero hasta desangrarse y el cielo lloró y la tierra tembló cuando exhaló su último aliento. Sí, nos enseñan todo eso.

Pero, ¿Te has puesto a pensar, mi querido lector, en la magnitud de lo que significa éso realmente?

 

 

 

En mi opinión personal, si sólo un azote con una correa moderna me duele bastante, no me alcanzo a imaginar ser azotado con un trozo de cuero trenzado con una garra de metal en la punta, como a él le sucede… Y más de 20 veces, para colmo.

… Y eso, sólo como uno de los puntos de su pasión.

Así que sí, después de varios intentos en los que paré el video a la mitad, completamente perturbado, y entrecerrando mis ojos, tensando mis brazos y frunciendo mis glúteos con cada golpe, patada, latigazo, caída, escupitajo y grito ahogado entre dientes, pude terminar de ver la película. Y sólo me queda un profundo sentido de humildad. Pero, mi querido lector, quiero que sea el propio Mel Gibson quien lo diga, porque él lo expresa mucho mejor que yo.

Yo quería que fuera chocante. Y quería que fuera extrema… Para que vieran la enormidad, la enormidad del sacrificio; para que vieran que Alguien pudo soportar todo ello y, sin embargo, continuar transmitiendo amor y perdón, incluso después de un dolor, sufrimiento y ridiculización extremos.

 

 

 

 

 

 

No pretendo darme a mí mismo un discurso de fe. Tampoco me atrevería a opinar sobre la tuya, tú me conoces. Pero ésta historia, exacta o no, realista o ficticia, se convirtió sin lugar a dudas en la leyenda más grande jamás contada. Un olvidado recordatorio de la profunda humildad y magnificencia del ser que conocemos como «Dios», sin importar si creemos o no en tal figura.

Un golpe en la cara para todos aquellos que, como yo, no entendemos completamente el significado de la palabra «sacrificio». Y así vi ésta película, como una lección de amor que, incluso desde hace milenios (El año 2033 se cumplirían dos, para ser exactos) y en muchos siglos por venir, sirve como un punto de referencia.

Si él pudo hacer todo ésto por amor a la humanidad presente y futura, ¿Por qué no podemos hacer las cosas más sencillas por amor a la tierra, a nosotros mismos y a nuestros semejantes?

Digo, ni que fuera tan complicado, ¿Verdad?

 

 

 

 

Para conocer la vida, es necesaria la muerte.

Sin Yin no existe Yang… Y viceversa.

El bien necesita del mal para ser.

Para conocer el camino de la luz, hay que caminar el camino de la oscuridad.

 

 

Por cierto, mi querido lector, si te lo estás preguntando, soy agnóstico. Eso, por definición, me aleja de toda doctrina religiosa. Y me siento bien con ello. A decir verdad, creo en la fuerza creadora del Multi-universo, creo en lo místico, y también en lo espiritual, pero no creo (Y jamás creeré) en la doctrina que otros hombres me imponen. Y sí, va en contra de todo lo que dicen muchos, tal vez incluso del tema mismo de ésta entrada. De hecho, hay una probabilidad de que el personaje conocido como Jesús de Nazareth nunca haya existido. Aún siendo cierto todo el contenido de la Biblia, desde el Concilio de Niceas, en el año 325 d.C, tales conocimientos han sido tergiversados para beneficio de unos cuantos favorecidos con el poder.

Por eso creo que el conocimiento es poder, y que la religión, sea cual sea, no es otra cosa que un método, una forma de hacer. Tengo mi forma, y no es la tuya, ni la de tu vecino, ni la del mío… Ni la de nadie.

Como diría Gerald Massey, y se repetiría en Zeitgeist:

Deben de encontrarlo difícil… Aquellos que han tomado la autoridad como la verdad en vez de la verdad como autoridad.

Buenas noches.

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