Ojos de Serpiente: Aria

Miguel inhaló una bocanada más del impío y relajante humo de su cigarrillo, con la esperanza de «tomar aire» para lo que se le vendría unos minutos después. Luego de terminar el vicio que seguía poseyendo una parte de su voluntad, puso un pie frente a si, y luego se encaminó a la casa de su más sabia amiga.

Aria y Miguel se habían conocido algunos años atrás, y desde entonces se han acompañado en las buenas y en las malas. Muchas veces pasa bastante tiempo antes de que vuelvan a entablar conversación, y es lógico porque ambos tienen agendas ocupadas. Pero, cuando lo consiguen, la tertulia no sólo es entretenida, sino también reveladora. Todo ello se debe, en parte, a que ninguno de los dos es capaz de decir una sola mentira sin que el otro lo note al instante, en especial él.

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Se podría decir entonces que Aria, casi como José, es una voz de la conciencia de Miguel. Aunque ella suele ser mucho más cauta y sabia en determinados temas. Ambos lo saben, por eso es que él busca en ella un consejo inteligente sólo cuando el estado actual de determinada situación es más apremiante o, simplemente, cuando él necesita una amiga. Alguien a quien abrazar. Alguien con quién derramar las lágrimas que no sería capaz de mostrarle a nadie más, ni siquiera a su mejor amigo en todo el mundo.

Y cuando ese momento llega, como si fuera capricho del destino, ella siempre está esperándolo en su camino a casa. Como ahora.

Al igual que siempre, ella se encontraba sentada en la acera, esperándolo. No era para menos. La hermosa mujer y fiel compañera de chocoaventurascomo ambos solían llamar en broma a sus anécdotas, era a su vez amiga de John y conocía bien la historia, desde más de una fuente. De esa forma no había otra persona en el mundo con mejor punto de vista al respecto y que, pese a todo, pudiere ser más inteligente.

Y, aunque Miguel se encontrara perturbado aún por la ira, lo sabía. Siempre lo sabe, y siempre encuentra en ella la palabra más adecuada en el momento más indicado. Como si de una profetisa se tratara.

Al momento de verse se dieron un abrazo, Migue se aferró a la espalda de quien lo recibió como si, en muchos años, no hubiera hecho nada semejante. Realmente le hacía falta, y no quería desperdiciar segundo alguno.

Porque sabía que se acercaba el momento que tanto temía.

Luego de un pequeño saludo y un largo trago a la refrescante bebida que ella le dio para saciar su sed, tomaron asiento en la acera, como era casi ritual entre ambos. Entonces, como sucediere con José, él comenzó a contarle cada uno de los eventos que habían llevado a que ese encuentro tuviera lugar.

No se calló nada, como siempre. Le contó sobre Helena y su partida, de cómo todos a su alrededor comenzaron a apuntar con el dedo y marcharse después, de John, Katherin y Alma, de las fotos, de la carta de Paula, de las salidas, de todas las cosas que había pensado al respecto…

… De ella. De Sofía.

De su dolor.

Al igual que toda la verborrea que soltó Miguel, ambos sabían que la respuesta de parte de la buena amiga comenzaría, como siempre, con una interrupción en el discurso de su interlocutor. No había molestia al respecto, pese a que él odiaba ser interrumpido, porque ambos sabían que Aria interrumpiría cuando llegara a un punto en que ella conociera el resto de la historia.

  • ¿Y qué te dijo José al respecto? Porque tuviste que haber hablado con él para haber venido a mí, ¿No?
  • Antes de contarte eso, te pido, te ruego que no seas demasiado despectiva con tus respuestas, por favor…
  • Nunca lo he sido y nunca lo seré. Tu me conoces, pero sí debo ser fuerte y golpear duro, y eso también lo sabes.

Entonces le contó él sobre su conversación con la voz de su conciencia. Mientras cada frase iba encajando en su sitio, la expresión de aquella mujer de estatura mediana, piel trigueña, contextura esbelta y mirada profunda más allá de lo descriptible, se mantenía seria, inquisitiva e impaciente ante toda la avalancha de información que ahora su buen amigo le brindaba para completar por fin su posición frente a todo este pandemónium.

Súbitamente, Aria interrumpió de nuevo, dando comienzo a la paliza.

«Migue, hombre, ¡pero no entiendo cómo es que fuiste tan obtuso! Tantas y tantas personas que te lo advirtieron, y tú tenías que seguir de terco, ¡Tenías que seguir de terco al matadero! Por todos los dioses, hombre. Al menos ahora tienes claro el alcance del daño que hiciste. ¡Ahora mira cómo vas a hacer para arreglar esto!

Y quiero que tengas algo claro, Miguel, nadie tiene por qué juzgar con quién es que te metes, y nadie lo está haciendo, y tampoco a Sofía, ¡eso tenlo por seguro! No la llamamos zorra por eso. Pero una cosa, mi Migue, es con quién te acuestas, ¡y otra con quién juegas en el proceso! Te tienes que dar cuenta por fin, esa nena ha estado seduciéndote a ti, ¡Y también a John, y también a Iván! Digo, mi Migue, que se acueste con quienes quiera, con tantos como quiera, tantas veces como le de la gana, pero ¡¿Por qué tiene que jugar con las cabezas y los sentimientos de tantas personas, y todos amigos míos y tuyos, y peor aún, con amigos de John?! ¿Qué no lo ves?

¿Tú crees que es justo que ella haga eso? Y peor, que tú hayas ido corriendo con ella y hayas seguido adelante con todo esto, siendo que a él aún le duele lo que ellos vivieron, y le duele que seas justamente tú quien esté haciendo esto. Ese hombre está realmente herido, su reacción sólo te está sorprendiendo a ti, mi Migue, porque tu mente es divergente, y somos muy poquitos los que podemos entender tu cabeza al menos un poquito. Pero no creas que esto no le duele a la gente que te quiere. ¿Katherin? Si supieras, mi Migue, ¡Si supieras lo que ella me dijo al respecto! Llorarías más de lo que estás llorando ahora. Sé que no te gusta llorar, cariño, y por favor perdóname, pero es que esto ¡Tengo que hacerlo porque no existe otra manera de hacerte entender, y nadie más puede hacerlo sino José y Yo, y eso que no lo conozco! Ella es una mala mujer, y quiero que recuerdes eso siempre. ¿Vale? Y, por favor, perdóname, mi Migue…«

La estrepitosa conversación siguió con gran ahinco por dos horas más, que parecieron una eternidad. Los abrazos abundaron, así como las lágrimas de aquel hombre. Esa única emoción, ese maldito gatillo que quebraba su tranquilidad se mantuvo presente durante toda la jornada, así como muchas alboradas después.

Luego de muchas más verdades escupidas a la cara, un papel, un lápiz, una carta para el futuro y otro vaso de té helado con sabor a limón, un abrazo sellaría el final de la noche. Aria había cumplido, nuevamente, con su misión para su Migue. Él sospecha, aún ahora, que esa noche le dolió más a ella que a el, y por eso también se siente agradecido.

Nadie más que sus dos mejores amigos pueden, en un instante inclusive, ayudarlo de maneras que nadie más podría siquiera imaginar.

Y eso jamás deja él de agradecerlo. Incluso en ese momento, invadido por tantas emociones encontradas, la gratitud está absolutamente fuera de discusión. Sin embargo, ese no es el tópico central de sus cavilaciones mientras regresa a casa. Aquel transcurso de minutos se le hizo muy largo, sin embargo, por cuenta de sus voces en constante discusión. Había más preguntas que respuestas, y eso, más allá de dejarlo insatisfecho, lo encolerizaba.

Yo la quería, y no quería nada malo para ella, ¿Por qué?

¿Por qué hace esto? ¿Por qué a mí?

¿Qué rayos me pasó?

Perdí tanto, y de tantas maneras…

¿Cómo pude ser tan estúpido?

Su caminar lo llevó de vuelta a casa, tal y como lo hiciera cuando, por fin, abrió los ojos. Cumplió con su deberes como mejor podía. Encendió otro cigarrillo y, acto seguido, salió a la puerta.

Al menos las estrellas que ahora contemplaba le brindaban una sensación de paz y confort en medio de la vacuidad de aquellos pequeños puntos de luz. Entre calada y calada del demónico asesino silencioso entre sus dedos, se dio a si mismo tiempo para pensar, para tratar de dilucidar tantas respuestas, y obtener un poco de tranquilidad en medio de la ira que lo aquejaba.

No quería llorar. No era justo. No lo vale.

Cada cosa que había descubierto hasta ese momento era puesta en su sitio, como piezas de un rompecabezas tratando de mostrar una imagen abstracta, de esas de hace años en las que había que torcer un poco los ojos para ver su verdadero contenido.

Ese, quizá, es el peor de los tormentos para Miguel. Siempre tratar de saber más, de saciar esa inequívoca sed de conocimiento, propia de un hombre que se dedica a lo que hace por amor a la ciencia, y que ahora veía cómo le fallaba cada cosa que había aprendido, cada método, ca…

Un momento…

¡¿También a John?!

Se abalanzó a la computadora antes de siquiera parpadear, la encendió y esperó por unos eternos veinticinco segundos a que estuviera encendida. Luego, ingresó de nuevo en la famosa red social, y comenzó la búsqueda. Segundos después, su pantalla dibujó frente a sus ojos lo que andaba buscando.

Comenzó a analizar el perfil de Sofía desde un enlace anónimo, mientras ella trataba de conversar cordialmente con él en una ventana destinada para tal fin desde su perfil convencional, como solía pasar casi todas las noches. El siguió la corriente, poniendo mucha atención a cualquier pista que pudiera dar. Si lo que estaba intuyendo era correcto, ella no podía darse cuenta de que él lo sabía.

Debía encontrarlo. Debía saber.

Muy a su pesar, mientras la pantalla repintaba imágenes, una tras otra, casi sin parar, tuvo que hablar mal de las personas por las cuales y con las cuales había llorado anteriormente. Aunque rara, no era difícil de comprender tal lógica: Ella debía tener la impresión de que él odiaba a los que, otrora, le consideraron su amigo. De esa forma, no se preguntaría si algo extraño hubiera sucedido y él, por su parte, podría obrar con tranquilidad y encontrar las respues…

Súbitamente la pantalla de su máquina le mostró un retrato, acompañado de una serie de mensajes, a manera de conversación. La fotografía, por sí misma, era irrelevante: El rostro de aquella mujer en blanco y negro, con expresión pensativa y resaltando sus ojos, como de costumbre. Pero, como ávido lector, él se tardó algunos segundos tratando de entender cada uno de los recuadros escritos a un lado de la imagen. Texto, estilo, palabras, mensaje, contexto, intención…

De pronto, sus ojos se abrieron enormemente por unos segundos. Luego se entrecerraron un poco, y sonrió lentamente.

Ahora había entendido aquel mensaje, con aquella conversación a la derecha.

  • La magia de ser único es ser generoso sin tener miedo a la envidia y a la destrucción que puedes causar por ser la única persona con iniciativa de salvar el mundo. Porque si dices la verdad estás condenado a escuchar el otro enfadado, pero te garantiza la paz en tu interior y esto es mas valioso que cualquier estupidez dicha por estos.
  • Claro que sí, mi amor, por eso es que la verdad es tan valiosa en nuestros días, y todos aquellos que han caído por no conocerla están en la tarea, en la misión de averiguarla y entrar en armonía con ella, pese a todo el odio que pudiere parecer que generan alrededor.
  • ¿Por qué, mon cuore?
  • Porque eso, mi vida, es la verdad. Y la verdad nos hará libres.

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