Demencia – Antes de la explosión

«Me he dado cuenta, muy para mi pesar, que lo que le disgusta de mí… Soy yo, en mi completitud», le decía con ojos apesadumbrados y dedos lentos a Juana mientras comprendía que el nombre «Lágrimas de fantasma», aunque había surgido para una novela corta de ficción realista, resultaba ser más real que nunca.

Ahí, recostado en una cama de 1 x 1.90 metros que recién había comprado con el sudor de mi frente lleno de orgullo por saber que mi trabajo, por fin, daba sus frutos y que, de tanto teclear, mover las manos, quemar neuronas y aprender cosas que nunca creí que iban a interesarme (Ya no digamos que me iba a dedicar exactamente a ellas o que iba a vivir de las mismas), estaba logrando resultados que podrían dar paz a mi madre, tranquilidad al resto de mi familia y holgura a un estilo de vida semi-bohemio que siempre he gustado de tener…

… Veía como la persona con la que quería compartir mi vida después de tantos traspiés y malos momentos decidía, con la facilidad con la que botas una colilla de cigarrillo a la basura o, simplemente, la tiras al suelo, que lo que vivimos con tanta profundidad, simplemente, nunca la tuvo.

Usó una frase, una única frase que destrozó por completo la poca cordura (Y autoestima, me atrevo a decir) que había forjado con tanto esfuerzo, sudor y sangre durante unos cuantos años. Aún hoy, sigue pareciéndome inverosímil que Juana hubiese usado tal frase, y además, justamente para hacer lo que prometió desde un principio que no haría nunca: Terminar con nuestra relación… Por WhatsApp.

Sin embargo, al final, logré comprender el por qué de semejante ignominia. Al fin y al cabo, este tipo de situaciones han sido siempre una constante en mi vida.

Y, aún así, esta vez fue particularmente dolorosa.

 

 

 

 

Un poco más de dos años pasaron desde aquel momento en mi cama y las lágrimas que mi imaginación derramó aquella tarde por Juana. Aquella frase que me dio sigue repitiéndose en mi cabeza, golpeando mi psique con la misma fuerza devastadora.

Es… Difícil encontrar las palabras correctas para describir todo lo que sentí en todo ese tiempo, lo que aún estoy sintiendo. Y sin embargo, creo que puedo decir que una de esas cosas que experimento es la terrible sensación de haber pasado mucho tiempo y haber hecho tantas cosas, sólo para darme cuenta de que entregué mi vida, mi mente y mi corazón a alguien para quien, al final, no importé, sólo porque no fui lo que ella quería después de todo.

Al final, Juana despreció y desechó por completo nuestra historia, la vida que le entregué, mi vida, como quien desecha la colilla usada de un cigarrillo; como quien bota el vaso desechable de un tinto recién tomado. Sólo por no ser normal para ella…

… Sólo por ser yo.

Sí, mi querido lector. Todo lo que sacrifiqué, todo lo que hice, todo lo que entregué, todo lo que amé, todo lo que viví y lo que intenté, todo para nada.

No es nuevo eso para mí, como te lo decía. Juana, al final, sólo es la punta del iceberg. Pero ese elemento, lo contaré en otro momento.

 

 

 

Lo importante, por ahora, es que por fin estaba encontrando una luz al final del metafórico túnel. Mi trabajo me había mantenido ocupado en medio de la pandemia que, de otra forma, hubiera terminado de diezmar lo que quedaba de mi estabilidad mental. Preocuparme por mi madre y tenerla a mi lado la mantenía (Y aún la mantiene) a salvo, protegida y en calma. Mi cachorro me brinda momentos de alegría, me brinda alguien a quién dedicarle tiempo y cuidado. Monchito me ha acompañado todo este tiempo, y eso que lo conseguimos para que le hiciera compañía a mi madre. Y, sin embargo, la más sana de las costumbres me había eludido por casi dos años seguidos.

Simplemente, no podía dormir.

 

 

Aún así, no me rendía. Seguía luchando para mantener la poca cordura que me quedaba luego de la frase de Juana, de esa broma asesina. Y el hecho de estar ahora escribiendo esto, luego de tan turbulenta temporada, se lo debo a mi amigo, Lucas, y a ella.

Mi querida amiga. Mi «hermana». Gabriela.

 

 

 

 

Tantas y tantas cosas habíamos vivido, nos habíamos acompañado en tan buenas y en tan malas, que brindarle unas palabras, sin importar qué grandilocuentes pudieren ser, sería insulso de mi parte. Así que resumiré en decir que le estaré eternamente agradecido… Desde la distancia.

 

 

 

Había cambiado de domicilio y, con los recuerdos que quedaron enquistados en aquellas paredes, también se fue la ausencia de ese sueño reparador que tanto había extrañado por dos largos años. Y, por fin, había encontrado una forma de comenzar a cumplir con la petición que Juana me había solicitado con su fatídica frase, hace ya tanto tiempo. Por fin, había encontrado una luz al final del metafórico túnel.

Se lo debía en gran parte a Gaby. Aún se lo debo, y tal vez nunca pueda pagarle.

Pero, por lo menos, quería compartir un momento de bohemia, tertulia y noche como hace mucho no había tenido alguno. Mi idea era sencilla: Encontrarme con mi querida «hermana» en uno de nuestros bares favoritos, pedir una botella o dos de licor y beber, y charlar, y cantar, y reír, y llorar, y abrazarnos… Y eventualmente, darle las gracias por todo lo que había hecho por mí.

Si ese fue un deseo egoísta o no, mi querido lector, lo dejo a tu consideración.

 

 

Lo cierto, sin lugar a dudas, es que ese fue un error que, probablemente, ya no pueda reparar. Tal vez uno de los peores errores de mi vida entera.

 

Aún hoy, pese a todo, la frase de Juana me sigue atormentando… Porque comprendo en ella un significado que, ahora más que nunca, tiene una profundidad que, aunque no puedo, quisiera desdeñar.

Haga de cuenta que usted y yo jamás nos hemos conocido.

Y ahora, me encuentro tan cansado…

… Tan cansado…

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