24 de Junio de 2018 – La Paliza de Rutina…

Querido diario:

Hoy vengo aquí para darme garrote a mí mismo. Lo hago “en público” porque creo que hay muchas personas a las que les debo una explicación. Y no es para menos. Creo que, por fin, he entendido (O, al menos, éso creo) qué rayos está mal conmigo.

Si me conoces, mi querido lector, sabrás que tengo una forma de ser… Diferente. De hecho, la conciencia que tengo de ése tipo de actitud hacia la vida es una de las fuentes del nombre de éste blog. Es, a mi modo de ver, una facultad y una limitación al mismo tiempo. Me permite ver el mundo desde otra perspectiva (Y me dirás “Pero todas las personas ven el mundo de forma diferente” y yo te digo que sí, pero no de forma divergente) y evaluar problemas desde aspectos que no cualquiera puede ver. Sin embargo, muchos elementos del diario vivir me son, sencillamente, incomprensibles.

 

Y así, llego a éste, mi pequeño y modesto espacio, con una fuerte reflexión. Una que no puedo decir abiertamente en Facebook, ¿Verdad, mi querido lector?

Cuando debo ser un hijodeputa, soy un buen tipo.

Protejo y ayudo a mis amigos, incluso si me hacen daño en el proceso. Me gusta ver a las personas tranquilas y contentas y siempre deseo dar un consejo a quien más lo necesita. Ésto sucede con mayor frecuencia cuando son desconocidos. Simplemente, siento que tengo la confianza para intervenir en sus problemas con un buen discurso motivacional y… De alguna forma, les ayudo aunque no lo hayan deseado.

 

… Mala idea.

Entonces he ayudado personas. Se espera mucho de un “Bonachón” como yo.

Pero aquí viene lo curioso de éste asunto: Cuando debo ser un buen tipo, soy un hijodeputa.

 

Las personas que han confiado en mí, han recibido mi confianza. Sabes que es verdad si me conoces, mi querido lector.

Pero, ¿He respondido siempre a ésa confianza?

Seamos honestos: La respuesta es NO y lo sabes.

 

Está bien, he errado más veces y de más maneras que muchos. Y los errores se corrigen, así ha sido siempre. Pero, siendo realistas, mis errores se han dado en el peor momento de todos: Cuando más me necesitan.

Entonces, mi protección es necesaria, mi consejo es requerido, mi acción es oportuna y el momento es el indicado, y entonces…

… Como cosa rara…

… La cago.

 

Entonces, la confianza de la persona en cuestión se ve, como mínimo, traicionada. Y no se puede esperar menos, mi querido lector. Al fin y al cabo, le he lastimado. No es necesario buscar culpables, lo aprendí recientemente, sólo hay que buscar problemas y soluciones.

Y ése es justamente el lío: El problema soy yo.

No creas que se trata de un pensamiento fatalista o, como mínimo, pesimista. Pero estoy seguro, si has tenido éste tipo de situaciones conmigo, que sabes a qué me refiero. Me remitiré a situaciones que recuerdo con claridad ahora, para ponerte un claro ejemplo de la realidad:

  • R… y el noviazgo con L…, que se vio seriamente lastimado por mi causa, y por el cual dos buenos amigos casi se van a las manos.
  • P…, mi ex, a quien no supe tratar con la dignidad que se mereció en su momento y, por ésa causa, terminó conmigo y quedó con tristes problemas de autoestima.
  • S…, que vino buscando que resarciera un daño que hice… Y se llevó un cuento…
  • P… La ex que más me dolió, en quien me inspiré para crear a Gloria (Pronto).
  • … Y la más reciente, una de las más importantes: A…

Una mujer a quien llegué a considerar una de mis mejores amigas, terminó por terminar nuestra relación personal por cuenta de una estupidez que me tomó mucho tiempo entender. Artista por naturaleza, guerrera por vocación, y llegar a toparse conmigo…

Sí, mi querido lector. No me estoy autoflagelando sin razón. Fue mi culpa, y la tomo completa.

 

¿Por qué, por qué tengo siempre que hacerlo todo mal en el último momento, cuando más debo hacerlo todo bien?

Sin darme cuenta, le fallé como amigo, pese a que mi corazón siempre ha tenido el deseo de su felicidad. Y sólo fui molesto y doloroso, cuando más me necesitó. Me duele, y no debería, lo sé, mi querido lector, latigarme por alguien que, al final, por su propia interpretación de una desafortunada elección de palabras en un muy mal momento, decidió irse.

Pero quiero que lo comprendas. Lo último que quiero para cualquier persona es causarle daño…

… De cualquier tipo.

 

Entonces, como te has de imaginar, lo primero que sucedió es que traté de volver a hablarle, y luego dediqué mucho de mi esfuerzo a entender qué pasó, cuando no hubo contacto nuevamente. Luego, cuando noté que su reacción fue de asumirme como inexistente, entendí en parte el dolor que supe causar.

¿Puedes entender lo patético que me sentí cuando tuve que pedir consejo a varios amigos para comprender la naturaleza del error que cometí, y la magnitud de sus consecuencias?

Al final, todo fue silencio. Y palabras en un blog que jamás llegarán a su destino, así como los otros intentos que hice para hacerle llegar mis palabras.

Las dejaré aquí para la posteridad. Con la esperanza de que se empolven de bits y, al menos, me queden como recordatorio de lo que hice, y de que la paliza que recibí por parte de mi propia conciencia fue escuchada, al menos, por mí.

Sólo espero que todos éstos eventos hayan dejado una huella y una lección aprendida.

 

A…, buen día.

Sé que, a lo mejor, podría incomodarte éste conjunto de palabras en tu pantalla. No es mi deseo pero, por lo mismo, te pido disculpas. Trataré de ser lo más breve posible en éste pequeño escrito.

La verdad sea dicha, me tomó mucho tiempo entender lo que sucedió las veces última y penúltima en que hablamos. Ahora comprendo mi error. Es por eso que, hoy, en éste remedo de carta, te expreso mi arrepentimiento… Y, dicho sea de paso, mis dedos tiemblan y se enfrían cada vez más con cada tecla que presiono, porque no puedo evitar sentir miedo, el mismo que me impidió hacer esto antes. Pero, con suerte, llegaré a eso más adelante.

La penúltima vez que tuvimos contacto (Y quiero dejar claro que NO estoy justificando ninguna de mis acciones), me encontraba bajo presión, por el lugar donde me encontraba, y por los entrenadores y supervisores que estaban insistiendo en que parara la conversación que estábamos teniendo aquella tarde, so pena de ser despedido de mi trabajo. Entonces, tuve que decir rápidamente lo primero que me pasó por la cabeza de chorlito que tan toscamente ostento. Las consecuencias de mi prisa al responder y no pensar, ya las conocemos.

Así quedó todo, y no volvimos a conversar. Pasó el tiempo, y pasó nuestro encuentro casual en el bar (Puedes creer cuando te digo que me sentí incómodo como nunca en ése momento, y que no entiendo cómo pude disimularlo tan bien), y de pronto me encuentro con que me despertaste, por ésta misma ventana, con un mensaje. Me encontraba muy dormido en ése momento pero, pese a ese detalle, traté de responder. Entonces te dije otro desafortunado conjunto de palabras. Las consecuencias, bueno…

Antes que nada, quiero que sepas que me sentí extrañado del resultado de ambas conversaciones. Para serte más honesto, me sentí mal, pero no porque hubieras dicho o hecho algo ofensivo: Sentí que había hecho algo mal, pero no sabía qué era, y eso me molestó y me sigue molestando hoy. En la primera ocasión la prisa y la presión que permití que se posaran sobre mí me impidieron analizar lo ocurrido. En la segunda, el estado de dormido de mi mente me impidió saber lo que había hecho concretamente.

Entonces, tuve que callar. La verdad sea dicha, no ventilé éstos asuntos con nadie con quien tuviese la suficiente confianza o secreto para hablar con franqueza y conseguir un consejo inteligente y acertado. Me sentí perdido por mucho tiempo.

Entonces tuve la oportunidad, la semana pasada, de hecho, de conversar con un buen amigo, uno de los más sensatos que conozco, y me dio una opinión que hizo que entendiera la naturaleza de mi error, al menos de forma parcial. Pero seguía incómodo con esa respuesta, sentí que faltaba algo.

Hasta que, como cosa rara, la voz de mi conciencia vino a mi rescate. Entonces tomé su sabio consejo y el consejo de mi otro amigo, y de esa confrontación pude deducir lo suficiente para entender la naturaleza y los alcances de mi error, lo que es la esencia de toda ésta “churreta”.

En nuestra primera conversación, no tenía ninguna segunda intención. Mi deseo era simple: Quería que tuvieras una garantía de que el negocio de que hablábamos en aquel momento se cumpliera, más que por mí, por ti. Se que no era tu culpa y nada tenías que ver. Eras, simplemente, una mensajera. En la segunda, por su parte, sabía que no me buscabas para conversar, y menos sobre lo que había sucedido. Sabía que me tenías ira (A lo mejor, aún la sientes), y por eso te hablé de un “Mal sabor de boca”, sin ninguna mala intención. Sólo quería que pasaras un momento incómodo por conversar con alguien a quien, eso asumí en ése momento, no deseabas ver ni en pintura.

Sin embargo, y aquí llegamos al meollo de todo este rollo, usé la más desafortunada combinación de palabras en ambas ocasiones. Aprendí, a la mala, que conversar con las personas requiere el uso de ciertos filtros, no para caerle bien a todos al mismo tiempo (No es la idea), sino para no dar las ideas equivocadas. Al no haberlo hecho, permití que fallara mi conversación, y te hice daño en el proceso. Lamento mucho haberlo hecho. Puede que no lo creas, lo tengo claro. Igual, es lo que siento y prefiero decirlo, pese a cualquier conversación que tengas al respecto.

En resumidas cuentas, Lamento mucho haber permitido que mi falta de sensatez me hiciera decir palabras a la loca, sin pensar en las consecuencias.

No pretendo que hagas nada. De hecho, no lo espero. Para ser más concreto, lo que espero es que éste mensaje nunca sea leído. Pero, en todos los casos, quiero pedirte perdón por mis malos pensamientos y acciones. No sólo por éstas, sino por todas las demás en las que haya alguna responsabilidad de mi parte, y que te hayan afectado de cualquier manera.

Para concluir, si éste mensaje se pierde en el tiempo, al menos sabré que he hecho mi tarea y que te he expresado lo que siento. En el viento quedará mi deseo de que seas mejor, cada día, que el anterior.
Si, por el contrario, me hiciste el honor de leer toda esta sarta de pensamientos, te doy las gracias por leer.

Te deseo, en todos los casos, la mejor de las fortunas y, por cierto, que hayas pasado un magnífico cumpleaños.

Hasta siempre, amiga.

 

Buenas noches…

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