Ojos de Serpiente: Dualismo

Sofía no se encontraba de buen humor aquella noche.

Normalmente cualquier cosa la podría haber sacado de casillas en cualquier momento, y Miguel ya se había hecho a esa idea, pero este día ella estaba particularmente volátil, esquiva.

Normalmente se hubieran recibido como cada una de las veces anteriores: En la misma estación de autobús, con un beso. Luego conversarían un poco, sobre los temas de siempre, y caminarían juntos al bar de costumbre para finalizar sentados en la misma mesa, tomando un café y una bebida fermentada y pasar una velada agradable.

Pero, esta vez, ella ya lo estaba esperando en la taberna, y su expresión no era agradable. El pudo haberlo interpretado como la molestia que siempre le generaba esa desafortunada costumbre involuntaria de llegar tarde a todas partes, pero él había llegado a tiempo. Así que éste no era el caso. Ella estaba molesta. Y la razón no era clara.

Miguel, sin embargo, era optimista. Siempre lo ha sido con todo lo que ha podido, y más para la persona con quien sostiene una relación. Por otra parte, Sofía no se la ponía fácil. Cada cambio de humor era, definitivamente, un reto mayor al anterior para la mente del insistente novio.

Y, por lo general, no le alcanzaba el tiempo para resolver cada acertijo antes de que el siguiente tomara lugar. Así, solo quedaba rabia, y algo de frustración.

Y esa noche sería una muestra de ello, tal vez más que cualquier otra.

La conversación comenzó como siempre: Con el tema usual. «No puedo creer que John me haya hecho tanto daño, y que siga sonriendo y exhibiendo a su Almita como si nada pasara, no le importa mi dolor, me siento tan devastada. Sólo quiero que pague, que la vida lo golpee tan fuerte… ¿Cierto que va a pagar? Tú me vas a ayudar, ¿Verdad?«.

«Si, Sofía, claro que sí», respondía Miguel de forma condescendiente, como todas las veces anteriores, y también igual de frustrado. Ya se había hartado hace un buen tiempo de que el tema recurrente fuera algo diferente a ellos dos, y más un tema tan caótico, banal y, sobre todo, repetitivo.

Ella continuaba con su disertación redundante. Tal vez no notaba el tono en la voz de su novio, tal vez estaba tan concentrada en repasar el camino de espinas que tanto la hería, que no daba por sentado que el hombre con quien estaba quería «pasar la página», y contemplar un futuro juntos más que un pasado en el cual solo viviría un museo.

O, tal vez, simplemente no le importaba.

De cualquier modo, esa noche Miguel tomó su elección ante ello. «Sofi, perdóname, pero es que ya es justo que hablemos de otra cosa, hablemos de nosotros, pasemos tiempo como pareja, que el pasado quede atrás, creo que es justo para am…»

La respuesta no se hizo esperar. Como siempre, Sofía no permitió que el hombre diera por completo sus argumentos.

«Mira, Miguel. Yo decido de qué hablo, ¿O.K.? A mi me duele y tú tienes que entenderlo. Tu arrogancia, y tu soberbia, y tu prepotencia, no me van a afectar. ¿Vale? Y no te molestes porque alguien te diga la verdad. Yo siempre digo la verdad, me he analizado muchas veces a mí misma y no miento, jamás miento. Soy una buena mujer, ¿Recuerdas?».

Luego de respirar profundo, y de mirar a su amada Luna Llena, tan distante y cercana como sólo lo etéreo podría permitírselo… Recordó lo que había pensado hasta ese momento. Tomó otra bocanada de humo y, luego de bajar su cigarrillo, miró a su novia a los ojos, tal vez sospechando que esa noche toda la historia daría un giro insospechado.

«Miguel, ya no lo soporto más. No me soporto tu arrogancia y tu soberbia, y tampoco es tu culpa, no alcanzo a aceptarlo porque solo estoy pensando en John y el daño que me hizo y lo relaciono contigo por ser su amigo. La verdad es que no me siento lista para tener una relación contigo. No quiero tenerla porque has sido un buen hombre conmigo, mucho mejor que John, debo reconocerlo. Pero por eso mismo no puedo estar contigo, porque no me siento lista para afrontarlo sin que tu soberbia y tu prepotencia me afecten, así que mejor no seguimos en esto. No quiero hacerte daño. Yo soy una buena mujer«.

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Una mente divergente, tan dispersa como la de aquel joven, sentado a esa mesa, en ese bar que tanto gustaba de frecuentar, podía haberse sorprendido con demasiada facilidad al respecto de semejante discurso de parte de la que, hasta hacía cinco segundos, era su pareja.

Sin embargo, tan rápidos y diversos fueron los elementos que pasaron por su cabeza, que Miguel, sencillamente, lo vio venir. Aunque no sería capaz de definir el por qué en mucho tiempo.

Tampoco se atrevería. Hay demasiado en juego para abrir la boca a la ligera.

Mientras tanto, el discurso de Sofía continuaba. «Es John, siempre ha sido él. Siento que respira en mi nuca, aún si no está, lloro todo el tiempo, no paro de sufrir, él es el culpable, aún cuando no está, me hizo demasiado daño, él destruyó mi vida y la sigue destruyendo mientras no está. Esas mujeres son las responsables, pero él lo permitió. Él lo buscaba, y lo encontró, y no pasaron cinco minutos desde que terminamos para quitar mis fotos de su perfil, y colocar fotos con esa zorra y por eso sé que ellos ya tenían preparado que él me terminara, porque él ya había estado con él. Y todo eso me duele, y tú eres su amigo, y hasta que no pague y no arregle mi vida no podré iniciar una relación contigo. No es tu culpa, tampoco es mi culpa. Tú eres un buen hombre y yo soy una buena mujer, pero él NO. Él es un maldito y va a pagar».

Tantas veces había oído Miguel el mismo discurso de la misma mujer, de la misma manera, que no tenía ni que poner atención. También sabía que, súbitamente, iba a cambiar algo de su discurso. «Pero yo no necesito arreglarme. Yo estoy bien. Yo no hice daño a nadie, yo soy una buena mujer, él me hizo daño, él es el que tiene que arreglarlo, y tiene que pagar. ¿Cierto que va a pagar?».

Mientras tanto, su interlocutor pensaba, respiraba más y miraba la Luna, su único y eterno consuelo en momentos como éste. Aunque ya lo había visto venir, sin importar las razones, no dejaba de doler. Y esa luz pálida, fría y agradable, jamás lo dejaba solo en este tipo de situaciones.

«De acuerdo, entonces me alejaré, mientras que organizas tus cosas. Tal vez después podamos estar juntos, pero ahora tomaré tu decisión y estaré lis…»

Otra vez, Miguel fue interrumpido. Sofía le tomó la mano con dulzura.

«No te vayas. No me dejes».

La noche culminó con él sentado frente a la computadora, unas horas después, recién llegado del bar. Definitivamente no alcanzaba a comprender del todo los discursos que ella le propinó en aquel tiempo.

¿Qué? ¿Quieres que te deje, y quieres que… no te deje?

Dio un suspiro y encendió otro cigarrillo. Había notado que su adicción se incrementó demasiado desde que comenzó a salir con Sofía, pero no le importaba. Lidiaría con eso en su momento.

Por lo pronto, necesitaba todos y cualquier mecanismo posible para mantener su mente lo más relajada posible. Así que, como era costumbre, encendió la computadora y, acto seguido, ingresó de nuevo en la famosa red social, para continuar el juego que le proporcionaba y para ver qué había de nuevo, además de los mensajes pseudo-poéticos de su, ahora, ex-novia.

Al instante se abrió la página azul y blanca característica de la denominada «bandeja de entrada». Una alerta saltó frente a su pantalla casi al instante. Obviamente, la revisó y…

… Sus ojos se abrieron tanto como pudieron, presa de un asombro que no había experimentado en mucho tiempo…

«John te ha mandado un mensaje nuevo».

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