Durante algunos minutos, Miguel contempló con calma la forma en que los colores del monitor frente a sí le denotaban el silencio de su interlocutora, luego de la inesperada debacle que le ocasionó.
Por primera vez en meses, sus voces permanecían en silencio. En la soledad de su cubículo, aún sin terminar su clase de aquella mañana de jueves, marcó un sutil mensaje que, con gran contundencia, fue entregado a la mujer que tan dantesco episodio le había hecho vivir.
Su sonrisa seguía siendo leve, casi macabra mientras su pantalla no exhibía movimiento alguno.
Tal fue su satisfacción al haberse librado de tan platónica pesadilla, tal su respiro de alivio, tal su ignominia, que no cayó en cuenta de que su mentón se había levantado un tanto, mientras la ventana de conversación, en aquella famosa red social, dejaba ver cómo aparecía y desaparecía, una y otra vez, casi de forma compulsiva, un recuadro con una suerte de puntos suspensivos. Él sabía lo que tal cosa significaba, y también tenía claro el contexto de aquel conocido fenómeno.
Sofía trataba de escribir algo, pero no sabía, ni cómo, ni qué.
Mientras tanto, él comenzó a introducir aire en su, ahora potenciada, caja torácica… Muy lentamente.
«Miguel, ¿Tiene algún aporte que dar?». Las palabras fuertes y sabias de su profesor hicieron que su rostro cambiara rápidamente de dirección. «Disculpe, ingeniero, me distraje un segundo… La matriz necesaria para construir la memoria debe ser un tanto más grande de lo necesario para evitar errores de desbordamiento de memoria, pero solo lo suficiente para no desperdiciar recursos de la máquina», respondió el estudiante con inusual serenidad, con tan perturbadora frialdad que dejó en silencio a su maestro por unos cuantos segundos.
Luego, volvió a mirar la pantalla de su computadora. Adoptó nuevamente la posición que sostenía unos instantes atrás y, después, puso sus manos detrás de su nuca.
Retomó esa bocanada de aire que había perdido con su académica respuesta. Y, luego… Tan lentamente como podía, en medio de una débil sonrisa, exhaló.
Quien desconociera sobre su bizarra vida, diría que el Migue estaba siendo macabro, incluso… maligno. Pero él era una mente divergente. Y sólo saboreaba de esos instantes, antes de continuar con su día.
Sí, él ya se había preparado para esto. Y ahora solo le quedaba disfrutar el momento.
** A partir de este momento, recomiendo enérgicamente que, mientras continúas tu lectura, escuches la siguiente melodía.**
Comenzaron a pasar en su mente imágenes, una tras otra. Pequeñas piezas de información en secuencia. Una retahíla con coherencia. Una elegía a un plan inesperado, fruto de una matemática serie de deducciones.
Aquel hombre no podía estar más satisfecho. Sentía que había calmado, por fin, a sus voces. Sabía que había deshecho el daño que consiguió infringir en aquellas personas que tanto le importaban, y no le interesó en lo más mínimo que tal mal se hubiera propinado de forma tan inconsciente.
Todo comenzó con esa noche, luego de aquella sabia conversación con José. En la soledad de su cama, en medio de los gritos desesperados de su mente, las lágrimas se revolcaban dentro de sus ojos. Tal fue la sensación de humillación que embargó su conciencia que, sin vacilaciones ni reparos, todos aquellos constructos que habitaban su cabeza se pusieron de acuerdo, por primera vez en años.
Había una verdad y una mentira. Y él… Había creído en la equivocada. Peor aún, había actuado al respecto.
Aquella mujer sólo le enviaba verdades a medias, le vendía cuentos de hadas para convencerle de que era una víctima en una siniestra conspiración para destruir su vida y que, las mentes maestras detrás de todo esto, fueron Katherin y Alma. Ésta última, según aquellas historias, quería recuperar a su ex-novio a toda costa y no le importaba nada en lo absoluto. Así que decidiría arruinar la reputación de la novia actual, para que terminara siendo blanco del odio de su novio, la familia de él… Y todos los demás. Y, así, tener el camino libre con el amor de su vida. Su mejor amiga, Katherin, le ayudaría en tan maligna empresa. Lo cierto era que Alma, aquella mujer normal, únicamente conservó de su ex una entrañable amistad, que se mantiene fuerte y en construcción, incluso hasta la actualidad.
Luego de tan impactante historia, decidió reforzarla con otras, en las que ella era victimizada de las peores maneras concebibles, y por todos y todo lo que ella conocía… Tal sería la sorpresa del Migue al deducir que, el secuestrador de quien había recibido tan malos comentarios realmente la llevó a su casa, en tierras lejanas, para cumplir el deseo de ella de irse a vivir a su lado, sólo para salir cada noche, volver a horas indeterminadas a casa y, no conforme con eso, consumar un número indeterminado de actos de infidelidad entre salida y salida, razón por la cual decidió encerrarla en casa por su propia seguridad; o que el hombre que ella acusaba de tratar de violarla sólo era un ex-novio que logró evitar sucumbir ante las insinuaciones y desnudos de aquella mujer desequilibrada; o que la anemia, simplemente, no se convierte en leucemia de ninguna manera, ya que ambos males, aunque sanguíneos, llegan a una persona por razones absolutamente diferentes.
Para, como un grand finale, aseverar que seguía siendo torturada y atacada por las mismas personas, ahora en compañía de quien fuere el amor de su vida, e incluso manifestar su deseo de tomar represalias…
«¿Cómo pude ser tan estúpido?», pensaba Miguel en medio de su ira, aquella noche sobre su cama, aún con su almohada húmeda y salada en medio de la oscuridad.
Su error era más que evidente. Primero es uno que dos, y él decidió, tal vez por su espíritu de servicio al querer salvarla del mal que la aquejaba, o por haberle recordado ella los álgidos tiempos de desavenencia y matoneo que había vivido en su más tierna juventud, descartar su vocación de ciencia y, en vez de encontrar evidencia de aquellas fantásticas historias, creer en la mujer que le ofrecía su corazón.
«Cuán estúpido fui…», repasó él en su cabeza, mirando hacia el vacío. Desvió sus ojos a la izquierda por unos instantes. La tarea que se había solicitado estaba plasmada en el tablero, frente a todas las computadoras de la sala. Él ya la tenía hecha. No le preocupó.
Pero, al ver que había perdido al objetivo de su compulsión, Sofía ahora necesitaba otra manera para estar en la vida de su amor. Así que comenzó a buscar entre su círculo de amigos, conociéndolos, uno a uno, y acercándose a sus corazones de manera sistemática, contándole la misma sarta de historias a cada uno de ellos. Una secuencia sombría en la que John, su amigo entrañable, era un villano del que había que alejarse.
La amistad es un baluarte que pocos conocen y menos aún saben entender o expresar. Sin embargo, Miguel contaba con la gran ventura de tener más de un amigo. Y, sin embargo, supo vulnerar tal lazo al haberle creído, antes que a su amigo y mentor, a la mujer que, de salto en salto, dio con él, quien, pese a profesar que era dueño de la voluntad de la montaña, cayó como un idiota…
… Y, además, se atrevió a defenderla y atacar a todos a su alrededor, quedándose solo, como ella quería.
Fue el más débil. Y nunca volvería a dejar de dolerle.
Lo siguiente, al encontrar su presa, fue encajarse en un punto donde todos quisieran irse, de la forma mas hiriente posible, sin perder su sentido de sutileza. Y encontró la oportunidad perfecta, en manos del mismo incauto. Dos fotos que podían dejar mucho a la imaginación, aunque tomadas de forma inocente, harían mella en los corazones e hígados de las personas a quienes más les dolía que el ardid de aquella chica persistiera. Mientras tanto, el pobre hombre seguía enceguecido por las palabras de aquella buena mujer, que había previsto el momento acusando a todos aquellos que exclamarían a los cuatro vientos su desaprobación, de que lo harían sólo para continuar sus pretensiones de destruir a la chica que él estaba buscando…
El resto era cuestión de paciente espera, excepto por un cabo suelto que aún faltaba por desaparecer: Gabriela. Y, aunque le tomara mucho tiempo, supo abordar el asunto en el momento de su segunda terminación. Fue fácil, ellos dos ya estaban peleados cuando ella tomó cartas en el asunto. Solo debía asegurar la situación.
Si no podía tenerle, la vida de John sería imposible. Así, habiendo proclamado su victoria, comenzó la última preparación. Sofía necesitaba alguien que pudiere atacar directamente a su verdadero objetivo, y para ello necesitaba que Miguel pudiera hacer lo que ella le pidiera, sin miramientos ni réplicas, cuando se tratara de él. Entonces decidió poner al corazón de quien había conquistado entre la espada y la pared. Una pizca de fragilidad en su unión era todo lo que bastaba. Además, para asegurar el golpe, sólo debía echarle la culpa de tal fragilidad a su amigo.
Un estupidizado Miguel había caído en la trampa.
Sin embargo, se necesitó dos mentes adicionales, Aria y Mateo, para que Miguel pudiera ver a través de tan maligna estrategia, en la cual él era una pieza más. Su insano amigo se lo preguntó, «¿Qué ficha es en este juego?», y la respuesta era obvia.
Es una planeadora. No una ejecutora.
Para ese momento, había recibido una señal, oculta entre líneas, a simple vista. La verdad nos hará libres. El mensaje de John era claro, y entonces el contraataque comenzó a gestarse. Aparentemente simple, la encomienda que había surgido era tan cristalina como compleja en sí misma: Averigua la verdad, busca e investiga y, cuando llegue el momento, sabrás que hacer por ti mismo. Entonces, seremos libres.
Cada historia, como tinta en el agua, empezó a deshacerse al conocer la verdad de boca sus protagonistas. Fueron muchas las conversaciones, varios viajes y cientos de momentos en que, humilde, Miguel tuvo que bajar la cabeza y aceptar en silencio las causas y las consecuencias de su propia e inigualable sandez. Mientras tanto, ante la mujer que aún creía tenerlo bajo su dominio, él seguía dando pasos, uno a la vez, en pos de la artimaña de una insalubre Sofía, que mantenía sus ojos entrecerrados y su leve sonrisa, creyendo per se que era, con tan destructivo obrar, una buena mujer.
Y, para poder salir a la luz, Miguel debía abrazar un poco la oscuridad.
… Y eso no lo enorgullecía.
Sin embargo, ella debía manipular un poco más a su actual «amado», para asegurarse de tenerlo completamente en su poder. Era fácil, sólo había que recordarle que, si no estaba cómoda con lo que él hiciere por ella, se iría, y su «ex-amigo» sería el culpable. Así, repitió la estrategia anterior para lograrlo.
Aunque, para entonces, era demasiado tarde. Él ya sabía.
En el momento indicado, y sin que John lo supiera, Miguel hizo la tarea. Se encargó, usando e incluso manipulando a otras personas, de que llegara la información suficiente a su amigo, razones que pudieren confirmarle una afirmación contingente que, ahora, era irrefutable…
¡ES UNA MENTIROSA!
Luego, solo quedó esperar… Hasta que el mentor de quien fuere artífice de tanto dolor hiciera su movida. No había que comunicarse. Sólo había que tener paciencia, él haría el siguiente movimiento… Y, una mañana de jueves, mientras ella seguía intentando que él regresara a sus brazos, se soltaron las bombas.
John acusó directamente a la desprevenida mujer de lo que él ahora sabía, con las historias correctas para justificar los cargos que le manifestaba. La sorpresa que ella, al ver cómo su propio plan era restregado en su rostro, debió experimentar, no tendría comparación.
Aún así, Sofía aún contaba en Miguel con un as bajo la manga. Un soldado fiel…
… O, al menos, eso creyó.
Sí, ella lo había convertido en un peón. Y Sofía dio su paso en falso al no entender el verdadero potencial de tan importante ficha.
«Ay, Sofía, Sofía… Persistes caminando por la vida pretendiéndote perfecta hipnóticas miradas, tu filosofía barata y tus ínfulas de princesa, pretendiendo castigos divinos donde sólo existe la historia, y la ignominia propia de un espectro, un fantasma sin dueño, buscando cabida en una mente tan deshilachada que requiere aprobaciones ajenas para dar sentido a lo que cree que es alguna suerte de existencia…», declamaba él para sus adentros mientras sus compañeros se despedían y abandonaban el salón de clases, aquella mañana de jueves.
Habiendo satisfecho la tan anhelada sensación de liberación que tal partitura magistral pudo lograr, decidió levantarse, acercarse a la cafetería más cercana, y tomarse un café mientras, con un cigarrillo encendido, contemplaba el mediodía agitándose entre las copas de los árboles que, a las malas, cedían espacio a los caminos y las personas que habitaban su alma mater.
… Un silente grito de victoria…
Y, contento con tal decisión, volvió a fijarse en la computadora frente a sí, con la intención de cerrar su sesión en la famosa red social, para luego apagar la máquina… Pero, de pronto, un mensaje sin leer lo detuvo en seco.
Sofía, aún desde el, limpiamente sucio, suelo en que había quedado, tenía una última mordedura que dar.