Ojos de Serpiente: Jaque

«¿Migue, estás ahí? Te necesito«, decía Sofía una soleada mañana de jueves, por medio de la ventana de conversación de costumbre.

«¿Qué sucede, Sofía, qué pasa?», respondió Miguel, que se encontraba en medio de su clase matutina. Sin embargo, ya no le sorprendía que ella le mandara mensajes intempestivos. Después de todo, él ya había aprendido a conocer sus patrones.

Además, él lo sabía. Había llegado el momento.

Tu turno.

 

  • Mira, Miguel, a mí trátame bien, ¿O.K.? Eso, primero que nada; además estoy demasiado molesta, estoy bastante triste. No puedo soportarlo…
  • Pero dime, Sofía, ¿Qué sucede, qué pasa? Porque si no necesitas nada concreto yo me desp…
  • ¡Estas tipas me han colmado la paciencia y quiero acabar con este asunto de una buena vez!

Negras: Da6

  • Pero, cariño, ¿Qué te han hecho?
  • Me han insultado nuevamente, Miguel, ¡A ! Se atrevieron a tratarme de zorra una vez más. Yo soy una buena mujer. Ya no lo soporto. ¡YA BASTA!
  • Vaya. Lo siento mucho. ¿Qué ayuda deseas de mí?

Blancas: Pf6

  • Voy a demandarlas. Te lo conté alguna vez, ¿recuerdas?
  • Sí. Claro que sí.
  • ¿Cierto que van a pagar?
  • Si deben hacerlo y la ley lo aprueba, claro que sí.

Negras: Tc2

  • Necesito tu ayuda, tú aún estás en contacto con ellas dos. Con ambas…
  • Sí, aún estoy en contacto con ellas…
  • Vas a ayudarme entonces. ¿Cierto que lo harás?
  • ¿Y Alma? Se supone que te gusta, ¿No? ¿No crees que perderás tu oportunidad con ella si haces esto?

Blancas: Pxb3 – Toma alfil.

  • No, eso no me importa ahora. Solo quiero que paguen.
  • ¿Y Katherin? ¿No te parece que puedes arreglarlo pacíf…
  • ¡NO ME IMPORTA, MIGUEL, BASTA!
  • Oye, pero cálmate, ¿Quieres?
  • ¡NO, SOLO QUIERO QUE PAGUEN!

Negras: Tg4

  • Pero ¿Qué culpa tengo?
  • Exactamente. Ahora, por favor cálmate. Estoy para ti, te estoy escuchando ahora.
  • Vale. De acuerdo, está bien. Pero tú sabes que soy inocente. ¿Cierto que tú sabes que yo soy una buena mujer?
  • Claro que sí.

Blancas: Pf7

  • Ahora, ya me has dicho que te insultaron de nuevo y que te están calumniando…
  • ¡Pero no es cierto! ¡Me están calumni…
  • Ya lo sé, corazón. No te preocupes por eso que yo sé que eres inocente.
  • Gracias, amor. No se qué haría sin ti.

Negras: Ta2

  • Pero entonces, me dices que quieres demandarlas, supongo que por difamación, ¿Verdad?
  • Si. Eso quiero. ¿Cierto que me vas a ayudar?
  • Dime en qué necesitas que te ayude.
  • Quiero que te consigas pruebas para demandarlas. Que les hables de mí y que, cuando estén respondiendo con sus insultos y sus calumnias grabes las conversaciones. ¡Quiero que me ayudes a hundirlas hasta el cuello! Lo harás, ¿Cierto que lo harás?

«Lo harás, ¿Cierto que lo harás?»

 

 

La sonrisa de Miguel se acrecentaba con cada momento que corría imparable en los recodos de su mente. Sus dedos temblaban sobre el teclado y sus ojos eran presa del miedo y de la euforia.

Se tomó unos cuantos segundos para disfrutar cada bocanada de aire fresco y puro que, sin cigarrillos en sus dedos, pudo disfrutar por primera vez desde que, hacía ya dos meses, había comenzado semejante quimera. Debía controlar la inconmensurable ansiedad que ahora le embargaba, casi al borde del fracaso.

Sus voces estaban en silencio. Y también él.

«Miguel, ¿Estás ahí? No me dejes hablando sola, ¿Quieres?»

 

Aún no se atrevía a presionar una sola tecla. Eran tantos los sentimientos encontrados… La ira… El dolor… La tristeza… Las lágrimas… La frustración…

… El silencio…

Hasta que, de pronto, de los abismos de su cabeza desorbitada, una de sus voces exclamó en un grito desaforado, con la forma de un recuerdo irrefutable, el mismo que le hizo despertar de su pesadilla.

 

Gabriela…

 

 

 

 

 

 

 

 ¡AHORA, MIGUE, HAZLO AHORA!

  • No.
  • ??
  • Estás sola en esto.
  • ¿De qué estás hablando?
  • No te ayudaré más. Aquí acaba todo.
  • Miguel, ¿Qué…
  • Estás sola en esto, Sofía. Buena suerte…

Negras: Pf8 – Cambiar Peón por Reina.

¡JAQUE MATE!

** A partir de este momento recomiendo enérgicamente que, mientras lees, escuches la siguiente melodía.**

 

Sofía no podía creer lo que veían sus ojos en la pantalla de su computadora. No había forma sencilla en que pudiere entender lo que acababa de ocurrir.

De un momento para otro, su ardid estaba fallando.

No, pero, ¿Cómo?

 

Cada que trataba de escribir algo para intentar contrarrestar lo que su peón había acabado de desatar, algo en su mente la detenía.

Pero es mío. Tiene que ser mío. ¡MÍO! 

 

Hasta que, al fin, logró digitar algo en su teclado. Su ventana de conversación mostró rápidamente lo que quería decir.

  • Pero, espera. ¿Cómo que estoy sola? ¿No me vas a ayudar? Me lo dijiste…
  • Estás sola en esto, Sofía.
  • Pero, ¿Por qué? No, no me dejes…
  • No te he dejado. TÚ LO HICISTE. ¡Y DOS VECES!
  • Pero tú sabes por qué lo hice…
  • Sí, lo sé, y ahora no quiero volver.
  • ¡YA BASTA!
  • Poco me importa que te baste. Estás sola en esto, Sofía. Buena suerte.
  • ¡Miguel!
  • ¿Miguel?

En un instante, la sensación en su cabeza se convirtió en una afirmación irrefutable. Su mayor terror se hizo una profunda realidad, que ahora la golpeaba con demasiada fiereza como para pasar inadvertida.

 

Pronto lo entendió. Pudo verlo en su mente, con ayuda de su bien desarrollada imaginación. De pronto, el pequeño hombre que había dominado y encadenado rompió su presidio y se levantó con tal firmeza, que la tierra tembló bajo sus pies. Ahora era un gigante, y la miraba desde las alturas, desde lo alto de una majestuosa montaña. Y sus ojos no se mostraban agradables.

Ahora, ella era la pequeña.

Lo sabe. ¡Mierda, lo sabe todo!

 

 

Rápidamente, sus pensamientos empezaron a atar cabos, tratando de encontrar una respuesta a tal contravención a sus planes. Comenzó a enlazar las concordancias, las palabras que su mano del destino ahora le dedicaba. Las coincidencias, los tiempos…

Él.

 

 

Pronto, lo vio de nuevo, en la montaña que la aterró adentro de su cabeza.

Detrás de la sombra del que ahora era un gigante, unos ojos rojos y brillantes se manifestaban. Una silueta cobraba forma, y todo en su cabeza cobró sentido.

Había una torre adicional en el tablero. Un jugador que Sofía había pasado por alto. No estaba detrás de nada, pero fue parte del juego, y lo cambió todo, sin que siquiera pudiera darse cuenta de ello. Y tampoco ella.

 

 

 

John. 

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