Ojos de Serpiente: Sala de Emergencias

Desde niños, Miguel y José han conservado y construido una amistad entrañable y, por mucho, casi irrompible.

Se han acompañado en las buenas y en las malas. Mientras José vio en Miguel a una buena persona, capaz de grandes cosas y con quien siempre encuentra motivo de diversión y buenos consejos, con un pensamiento y una sensibilidad que han trascendido el paso del tiempo, Miguel vio en José a un verdadero sabio, un amigo invaluable que sólo podría darse una vez cada generación, y en ésta él cuenta con la fortuna de haberlo conocido y conservarlo entre los mejores.

En esencia, son los mejores amigos. Y ambos han deseado que así sea siempre.

Lo curioso es que siempre aparecen cuando el otro menos lo espera, pero más lo necesita. Cuando José está en problemas, Miguel aparece de sorpresa, ya sea para un arreglo con su computadora, para buscar una charla agradable o para, simplemente, escucharlo mientras se desahoga después de muchos problemas. Concordantemente, José aparece de la nada en el momento en que Miguel más solo se encuentra, con las palabras más sabias que siempre ha podido escuchar.

Se podría decir que José es la voz de la conciencia de Miguel.

Y apareció justo a tiempo.

Solamente el teléfono timbrando fue suficiente para sacar una sonrisa después de dos meses de pesadilla. Como gotas de bálsamo en el corazón.

Esa tarde de lunes se encontraron en la universidad a la que asistía Miguel, tal como acordaron.Luego del, casi ceremonial, abrazo de bienvenida junto con la muy merecida invitación a un café por parte de Miguel, la necesaria y revitalizante conversación comenzó.

Miguel le contó todo, casi entre lágrimas. No tenía sentido llorar, porque Ambos saben que, con o sin lágrimas de por medio, la información llegará a su destinatario final de la misma manera.

Cada parte de la historia tuvo el «toque de Miguel», como José lo solicitaba. A su vez, llevaba su cuota de segundos de silencio para pensar por parte del buen amigo que, como psicólogo que se respeta, se toma sus momentos para analizar y llegar a conclusiones objetivas.

Sin embargo, a veces, interrumpía muy a su pesar, dado que sabía que el pobre Miguel, llevado por el stress y la ira puede llegar a conclusiones extrañas y, algunas veces, equivocadas.

Tal fue el caso del momento cuando le preguntó John, «¿Tanta gente equivocada?» a lo que el mismo Miguel respondía «SI, ¡SI! Y, de pronto, la tierra dejó de ser plana, y el sol dejó de girar alrededor del mundo». Entonces, interrumpió el buen doctor, y con cautela preguntó: «¿O sea que Hitler no mandó matar toda esa cantidad de personas únicamente porque no podemos estar ahí para saberlo? ¿O Mussolini no cometió los actos de depravación que cometió sólo porque no lo vimos o porque no nos los hizo a nosotros? Recuerda, mi hermano, usar argumentos científicos es correcto, pero las ciencias sociales dependen de la sociedad».

Silencio fue la respuesta de Miguel, como era usual a su vez.

La conversación siguió y el café se convirtió en tres cafés, una gaseosa y un buen almuerzo en un restaurante cercano.

En manos de su mejor amigo, un cansado Miguel se logró quitar una gran carga de encima, con una conversación como en antaño entre ambos. Lo más importante, como siempre para el protagonista de este turbio novelón, fue el momento de escuchar las respuestas.

Especialmente porque no eran consejos. José no hace esas cosas tan banales.

«Bueno, yo te he escuchado, y la historia que me cuentas da para llorar, desde tu punto de vista, es verdad. Sin embargo, tengo algunos puntos de inflexión que creo que debemos considerar. Lo primero que debo hacer es repetirte lo de hace un rato. Las ciencias sociales se basan en las personas, en la sociedad misma, tú lo has de saber, tienes espíritu de ciencia, ¿Verdad? Entonces, sí, es cierto, el saber que muchas veces el mundo se ha equivocado da para investigar a fondo algo de lo que se sospecha, pero cuando se trata de ciencias sociales, y soy Maestro en Ciencias Sociales, es demasiado cierto eso de que ‘Cuando el río suena se ahogó un músico’, generalmente la gente alrededor de una persona tiene las versiones de lo sucedido con ella, y cuando son demasiadas personas las que opinan lo mismo, la pregunta es, ¿Cuál fue el músico que se ahogó? Pero yo se que eso sólo te incita a investigar más, y eso es lo que quiero, pero quiero que te enfoques. Por cierto, recuerda que si alguien no está en posición de juzgarte sobre con quién sales, entras, te acuestas o te levantas, soy yo, y te apoyo siempre, tú lo sabes, así que quiero que partamos de esa prerrogativa para entender que quiero que te cuestiones a ti mismo, antes de cuestionar a quienes te han abandonado. Sé que no fue bueno que lo hicieran, sus razones tuvieron y las analizaremos en un rato. Pero antes, quiero que te hagas esta pregunta: ¿El que ella quiera que la salves, necesariamente implica que seas su novio para eso? ¿No la puedes salvar desde una posición de amigo?  Pero más importante que eso…

… ¿Salvarla? ¡¿DE QUÉ?!«

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La conversación fue larga. Por varias horas los dos amigos tocaron muchos temas al respecto, trataron de analizar a cada uno de esos seres humanos que, en su afán de evitar daños, decidieron alejarse de Miguel.

En todos los casos, la conclusión fue obvia. Y la vería pronto.

Lo cierto, es que José se fue, continuando su trabajo por los pueblos del país. Su misión estaba completa, y ya podía darle un parte de tranquilidad a la madre de Miguel, aunque… él no lo notaría en un largo tiempo.

Por otra parte, como suele suceder luego de sus conversaciones trascendentales, Miguel se quedaría pensando en esas palabras por el resto de su día, como una espina en su mente. Volviéndolo loco.

Caminaba a casa aquella tarde, cuando algo tocó su rostro

Los autos, la gente, el viento, el sol… Ella…

Sofía…

¿Cómo demonios te metiste en esto?

Llegó a casa antes de que pudiera darse cuenta.

Por fin, sus voces le permitieron regresar en el tiempo y contarse a sí mismo su historia. Luego, las preguntas de su mejor amigo volvieron para atormentarlo.

Se cambió de ropas y se quedó sentado sobre la cama. Su cigarrillo se carburaba solo, presa de una avalancha de palabras recitándose en su cabeza, repitiéndose una y otra vez.

¿Salvarla? ¿De qué?

¿De qué?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Todas aquellas imágenes y momentos fueron repasados por sus voces, una tras otra. Cada una de esas manifestaciones de su consciente, su inconsciente y su subconsciente, cada arquetipo, protoforma, recuerdo remanente, dibujo animado o amigo imaginario que alguna vez hubiera existido entre los laberintos de su cabeza comenzaron a discutir, como susurros desordenados en medio de su cabeza, recordando cada momento, cada día. Cada minuto. Cada instante. Tratando de decirle algo que él no quería oír… O aceptar…

…Yo soy una buena mujer…

… Olvídese de mi amistad…

¿En qué estás pensando?

… Destruirme…

¿Salvarla? ¿De Qué?

… Anemia…

¿Cuál Músico se ahogó?

¿Cómo demonios…

Hasta nunca…

No me dejes…

¿De Qué?

De pronto, una de sus voces tuvo la mejor idea que algún ápice de locura pudo haber tenido en su existencia: Se transformó en un recuerdo. En un grito retumbante en los recodos de su cabeza. La única voz que Miguel siempre escucharía.

… Gabriela…

MALDITA SEA, IMBÉCIL, ¿QUÉ NO VES QUE TE ESTÁN

MANIPULANDO?

** A partir de este momento recomiendo enérgicamente que, mientras lees, escuches la siguiente melodía. **

Como un torrente frenético de imágenes y palabras mezcladas de forma completamente incoherente, salvo para su propia mente divergente, todas las cosas que había vivido, cada respuesta, cada palabra, cada beso, cada letra, cada momento, cada sensación, se enlazaron en un desesperado alarido dentro de su cabeza… Como un niño después de recibir una golpiza de sus padres, o como un hombre despertando a una realidad que eludía porque, simplemente, no quería creerla.

¡MIERDA!

Todo cobraba sentido por primera vez en meses, y sus ojos vieron la luz. Todo estaba relacionado, el falso secuestro, el cuento de la violación, las historias trucadas, las ollas, el mirador, el dolor, el intento de suicidio, las lágrimas, los cambios de humor, Helena, Gabriela, John, Paula, Alma y Katherin, la falsa leucemia, las píldoras, la falsa víctima… El veneno…

¡Esos malditos ojos!

Su mirada ardía, presa de la ira, presa de la furia, presa de la culpa. Lloraba. No lo notaba. Tenían razón.

Todos tenían razón.

Y ahora, él se les unía.

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