Sí, mi querido lector, sé que la entrada anterior contenía mucho lenguaje que, para mucha gente, sonará inapropiado lo mires por donde lo mires. Pero recuerda, es mi mejor intento de humor negro. Tal vez no te dio risa, y puedo entenderlo perfectamente, porque incluso mi propia madre, hasta cierto punto, cabe dentro de la descripción que te di sobre las «luchonas». Pero, también, entiendo la razón detrás de la incomodidad que, a lo mejor, pudieres haber experimentado.
Es por eso que, ahora en serio, voy a hablar de lo que opino sobre aquellas mujeres que, a falta de un término mejor (o, tal vez, menos peyorativo), he denominado «las luchonas». Y, antes de empezar, quisiera aclararte algo: Hay una gran diferencia, al menos en lo que a mí respecta, entre una «mamá luchona» y una «luchona» a secas.
Las «Mamás luchonas»
La politóloga especializada en género Mariana Massaccesi describe, entre otras definiciones del término, que «en Argentina el término ‘mamá luchona’ se usa más para mujeres jóvenes, en general de muy bajos recursos, que viven en villas, que tuvieron embarazos tempranos, que también crían solas y que no renuncian a la etapa vital que están viviendo: que siguen saliendo, que hacen vida de amistad y dejan a sus hijos o hijas al cuidado de sus propias mamás o de otras mujeres del barrio».

Tomado de clarin.com
Y creo que esta descripción aplica para cualquier mujer en Latinoamérica que cumpla con los mismos parámetros o similares: Joven, atractiva (por lo menos medianamente), con hijos, que cría sola, y que no renuncia a la etapa en la que vive: Sigue teniendo amigos, vida estudiantil o laboral, vida social, sexualidad e incluso pareja, contando con diferentes miembros de su familia para el cuidado de sus hijos cuando la vida social le llama (o con una niñera si acaso tiene los recursos suficientes para ello).
Es una mujer aguerrida que procura no rendirse ante las adversidades que le ha traído la maternidad antes de tiempo y sale adelante con su nueva familia, pese a tener muy poca experiencia y/o, a lo mejor, muy poco apoyo de parte de su familia actual y de la sociedad a su alrededor. Y, de hecho, el término «mamá luchona» está empezando a ser rechazado en muchos ámbitos de nuestra Latinoamérica actual.
En definitiva, estas chicas son mujeres de admirar, que nos demuestran que «cuando la marcha se pone tenaz, los tenaces se ponen en marcha», ¿no lo crees, mi querido lector?
Pero, como te lo dije antes, hay una gran diferencia entre una «mamá luchona» y una «luchona», a secas.
Las «luchonas» a secas
No es al azar que le haya dado el nombre de «luchona» a la mujer de la cual me burlé un poco en la entrada anterior. Es cierto, para ser «luchona» debes ser una «mamá luchona», pero no toda «mamá luchona» es una «luchona», a secas.
Y es que, mi querido lector, la gran diferencia radica en que la «mamá luchona» sale adelante por sí misma y su hijo(a) o hijos(as), sin ayuda, y termina siendo un gran elemento en la sociedad por sus propios méritos. La «luchona», a secas, busca que la saquen adelante. Enfoca sus esfuerzos en garantizar su solvencia económica y la de su «bendición» por medio de una pareja (generalmente, hombre) de alta solvencia económica que le provea de todo tipo de comodidades, a cambio de su entrega sexual mal camuflada como atracción sentimental.
Es, de hecho, gracias (en gran medida) a las «luchonas», a secas, que se han romantizado tanto términos tan tristes como «Hombre de alto valor», «Sugar Daddy» o «Simp», ya que esas son las terminologías que terminan usando para disfrazar, tal vez para sentirse bien consigo mismas o para que su blanco no se sienta menospreciado, el simple hecho de buscar un hombre proveedor, minimizando o, ya de plano, anulando, a hombres que, como es mi caso y tal vez el de muchos que lean esta entrada, tenemos más sentimientos que dinero para dar.
La «luchona», a secas, tiende a buscar verse extremadamente atractiva, generalmente con la ayuda de maquillajes y ropas finas o de un quirófano (o varios, en algunos casos), buscará que la miren mucho y, frecuentemente, tendrá perfiles en diferentes redes sociales que le permitirán mostrar fotografías de cuerpo entero para poder exhibirse, por autoestima, dicen ellas. Sus objetivos tienden a ser hombres mayores, sin hijos, solteros o divorciados, bien vestidos y que tengan, como mínimo, un automóvil. No lo digo en broma, he escuchado de varias mujeres que no salen con nadie que no tenga carro (y no aceptan un carro cualquiera, además). Disfrazan la soledad de su hombre objetivo como «que sepan lo que quieren» -aunque, como dije en mi entrada humorística, nunca dicen con claridad qué es eso que deberían querer- y, por supuesto, no puede faltar la parte más importante: «Que les gusten los niños», para que puedan estar tranquilas con su bendición.
Claro está, creen que son religiosas o espirituales, y usan todas sus redes sociales para demostrarlo. Siempre se toman fotografías sensuales y las acompañan con cuanta frasesita de Coelho o de Dr. Phil puedan encontrar (o, ya de plano, se las inventan ellas mismas), y siempre ponen «a Dios por delante». Como si la conciencia unificadora del universo viese con buenos ojos que una persona se aproveche de otra sólo por su dinero o recursos materiales.

Mi problema con las «luchonas»
Sin duda ya estarás pensando, mi querido lector, que yo lo que tengo es un resentimiento fuerte contra este tipo de mujeres. Y no te equivocas, realmente no te equivocas.
No contaré anécdotas al respecto en esta entrada, pero me limitaré a decirte que una muy buena parte de lo que me tiene en terapia es culpa no de una ni de dos, sino de tres «luchonas». «Luchonas», a secas, porque, como te lo dije en esta entrada y en la entrada anterior al respecto, respeto, valoro y aprecio a las madres solas. Mi madre es una y te lo aseguro, mi querido lector, son mujeres maravillosas.
Pero, lamentablemente, son estas últimas, gracias a su amplia exposición en las redes sociales (Y en medios como «OnlyFans», pero de eso hablaré en otro momento), las que hacen que las mamás solas tengan tan mala fama en algunos círculos. Imágenes chistosas se han hecho por montones y rumores hay por todos lados -podría mencionar a la tal Clara Chía para no ir más lejos, pero no me meteré en esa tormenta de chismes-, y al final todo el mundo termina entendiendo que una «luchona» sólo busca un hombre por su billetera. Porque, para ellas, en general, los hombres solo somos billeteras andantes y si no tenemos dinero no servimos para nada.
Es por culpa de una «luchona», a secas, que un hombre bueno en cualquier parte tiene que tiene que trabajar como un poseído en la segunda década de su vida, tanto en lo laboral como en lo físico, para ver si, con algo de suerte, a sus 30s o 40s puede tener algo de suerte en el amor.
Y es por una «luchona», a secas, que ahora me encuentro a las 4 de la mañana escribiendo estas letras, a falta de poder dormir porque logró hacerme creer que todo lo que pienso, digo, hago, opino o, simplemente, soy, es «malvado», sólo por ser yo. Por no tener «lo que ella quiere». Por «no tener claro lo que quiero».
Por no tener dinero en mis bolsillos.
No diré más que lo que he dicho hasta ahora, mi querido lector, porque aún estoy en terapia y una parte de sus causas es este asunto. Debo aprender a ser mejor por mí mismo y no quiero contaminarme con tantos malos recuerdos, malos pensamientos y malas percepciones de un tipo de mujer que me parece, para no decir más, despreciable. Así que, ahora te invito a compartir tus experiencias y opiniones en la caja de comentarios.