Sí, mi querido lector. La pregunta es clara. Y, tal vez, me dirás que no soy quién para hablar de experiencias traumáticas. Después de todo, he vivido una vida relativamente tranquila a comparación de muchas otras personas.
Pero no te equivoques. He tenido mi buena cuota de dolor y, aunque soy lo menos parecido posible a un experto en salud mental, creo firmemente que compartir mi experiencia puede ayudar a aquellos que no tienen una mente divergente… Y también a los que la tienen.
Antes de empezar, quiero que sepas, mi querido lector, que esta entrada, al igual que todas las demás, no está hecha para atraer clicks o lectores o seguidores de ninguna especie. No quiero parecer insensible, pero no lo hago por ti. Lo hago por mí. Algo debo poder hacer antes de que mi mente se termine de convertir en un huevo revuelto y, a lo mejor, lo que he aprendido de mis experiencias traumáticas pueda ayudarme a entender lo que todavía, después de 4 meses de haberlo mencionado, me sigue sucediendo.
Puede haber muchos tipos de experiencia traumática. La historia del mundo nos ha dado, literalmente, millones de ejemplos y no tiene caso mencionarlos aquí. Pero sí te puedo decir que, aunque te duela, mi querido lector, ninguna de ellas se cura publicando falsos memes en Facebook. Eso no sirve, realmente.
¿»Falsos memes»? Sí, aquí te lo explico…
Por lo anterior, quiero que sepas que, sin importar tu vivencia, si te ha causado dolor y sufrimiento, si te ha causado heridas y sientes que no es fácil sanarlas, también yo las he sufrido… Y más importante, las he analizado.
Bueno, y la clase, ¿Como pa’ cuándo?
Lo primero que debes entender es que la naturaleza humana tiende a manifestarse en patrones repetitivos. Dicho de otra forma, ante situaciones similares, tendemos a hacer lo mismo. Entonces, siempre surgen 4, y sólo 4, tipos de conducta, y generalmente todos los que vivimos una experiencia traumatizante pasamos por al menos uno de esos tipos de conducta… Y nos quedamos en alguno.
1. Replicante: «Lo que me pasó es normal, y entonces está bien hacerlo a otros».
¿Por casualidad, mi querido lector, has escuchado o visto la frase «El mundo es cruel, y hay que ser cruel para sobrevivir», o «El que no las hace las ve hacer»? Esas frases son típicas de personas que han sufrido experiencias de tal manera que han terminado por creer que lo que les ha pasado está bien y que, por lo tanto, está bien hacer lo mismo a otras personas.
Pero, ¿Es verdad que está bien hacer lo que te hacen a otros, o incentivar a otros a no hacer nada en presencia de una injusticia? Hasta hace pocos años en Colombia, el bullying no sólo era considerado normal, sino que los mismos padres alentaban a sus hijos a semejantes prácticas. No hay que ir mucho más atrás que eso para recordar cómo era considerado el maltrato a la mujer en la conciencia colectiva.
Ante una experiencia traumática, muchas personas llegan a tal nivel de negación o de distorsión de su propia psique, que terminan pensando que lo que les pasó, sea lo que sea, es la forma correcta de actuar, y terminan haciendo lo mismo que les hicieron o que experimentaron, porque «es normal». Es así como vemos maltratadores de mujeres que son de la manera en que son, sólo porque vieron a sus padres maltratando a sus madres, o criminales que vivieron una vida de abusos, sólo para terminar abusando a otros de la misma manera. Conozco casos de violadores, incluso, que, al ser investigados, resultaron haber sido violados años atrás y que, por lo tanto, creyeron que la única forma en que se debía acceder a los afectos de alguien era por la fuerza.
Incluso se ha visto en los comics. La legendaria novela gráfica «La broma asesina», de DC Comics, habla del guasón tratando de llevar a otras personas a la locura sólo porque otras personas le llevaron a la locura a él. Como él mismo dice, «La única diferencia entre la locura y la sanidad es un mal día».
Mi querido lector, debes recordar siempre que lo que te pasó, sea lo que sea, es algo negativo para ti, y que no es normal que te suceda. No olvides, si alguien te hizo algo, no significa que debas hacerlo a otras personas. Normalizar una mala experiencia es el peor daño que te puedes hacer a ti mismo y a tu alrededor.
2. Depresivo: «Lo que me pasó es mi culpa, y soy una basura por ello».
¿Cuántos casos, mi querido lector, conoces o has oído mencionar, de personas que se hacen daño, incluso de personas que se han suicidado, porque les han hecho demasiado bullying en su vida?
Yo, lamentablemente, conozco algunos casos. De hecho, por poco y me vuelvo uno de ellos en algún momento. Las personas que hemos sufrido abusos tendemos a pensar que, de alguna forma, provocamos la ira del agresor por alguna razón. «¿Qué hice para merecer esto?» es una de las más clásicas preguntas que define este tipo de conducta. El problema es que los que se vuelven depresivos tratan de responderla, y terminan saboteándose ante esto.
En este caso, conviene que recuerdes algo, mi querido lector. No importa si hiciste o no hiciste, importa si el otro hizo o no hizo. El que tú seas o actúes de cierta forma no da derecho a nadie a tratarte de ninguna manera negativa. ¿Cierto, mujeres hermosas que gustan de mostrar su sensualidad en público?
La única excepción posible es que ese ser que te trate sea un ser inanimado, y ahí ya no es bullying, sino karma, o accidente… Pero eso es otra historia… Para otro día.
3. Vengador: «Lo que me pasó es culpa de otro, y debería sentir mi ira por ello».
Aunque ten cuidado con lo que dije en el punto anterior, mi querido lector. Porque, si no controlas tus pensamientos y emociones siguiendo lo que he mencionado, terminarás en el otro lado de la balanza, y es peor.
¿A qué me refiero?
Bueno, tal vez hayas visto una película llamada «Dulce venganza». En inglés, su nombre es «I spit on your grave». Si es así, entenderás mejor lo que quiero decir. Si no, te la recomiendo mucho.
Y lo entiendo, mi querido lector. También he llegado a pensar esas cosas.
Te has sentido mal, y sabes que no es normal lo que te hicieron. Sabes que no tienes la culpa, sino que otra persona la tuvo. Sabes que esa persona hizo mal en hacerte lo que te hizo. Y, como muchas veces pasa en este mundo, esa persona se salió con la suya.
O incluso, puede ser que nadie en concreto te haya hecho nada, sino que hayas sido víctima de una serie de eventos desafortunados. Buscas un culpable, buscas un blanco al cual señalar. Le terminas echando la culpa al karma, al destino, al universo, al caos, a las leyes de Newton, o incluso a Dios, como muchas veces pasa.
En fin, ves que no hay respuesta, ves que fuiste lastimada o lastimado, y que todo a tu alrededor siguió, como si nada.
Tu dolor se convierte en miedo, el miedo en ira, y la ira en odio.
Al final, buscas justicia. Y como no la encuentras en las leyes ni en la gente ni en las figuras divinas, terminas buscando venganza. Y te decides a vengarte, al menos en tu mente. Quieres que quien te hizo daño sufra tu dolor, o un dolor más grande que el tuyo. O peor aún: Terminas por ver a tu blanco en otras personas, y terminas haciendo daño sin siquiera darte cuenta, a gente que no tiene nada que ver, ni razón para ser tu blanco.
¿Ves a dónde quiero llegar?
Recuerda, mi querido lector. Nunca olvides, si alguien te agredió, por más que sea su culpa, que esa persona puede ser replicante, a su vez. O estar en la misma situación que tú, o peor incluso. Y, si es cosa de accidentes, o karma, recuerda que el mundo no tiene la culpa realmente. No es que la física te quiera destruir, no es que la vida te quiera aplastar, ni que la deidad en la que creas tenga algo en tu contra. No es como si fueras Kratos, ¿verdad, mi querido lector?
Si algo nos ha enseñado la literatura, y también muchas historias reales del mundo, es que la venganza sólo te rebaja al nivel de aquella persona que te ha causado daño. No tiene sentido.
Y si eres religioso o religiosa, también te tengo una buena respuesta, sólo en la cristiandad.
Romanos, 12:19: «Amados, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: ‘Mia es la venganza, yo pagaré’, dice el Señor.»
Es muy peligroso llenarte de deseos de venganza. Es muy difícil salir de esos estados de conciencia, y lo comprendo realmente, mi querido lector, si te encuentras ahí. También he estado en esos pensamientos, y más recientemente de lo que crees.
He querido que otra persona sufra lo que yo he sufrido y aún hoy sigo sufriendo. Mi mente enloquecida ha divagado por el camino de las maquinaciones y los planes despiadados y maquiavélicos, he calculado posibilidades, escenarios, situaciones, posibles respuestas, posibles contraataques y formas de neutralizarlos. He llegado a ver mi mundo como un tablero de ajedrez, y al final de todas las cosas, créeme, mi querido lector, sólo he generado desgaste en mi vida y en mi alma. Negándome a mí mismo la tranquilidad que tanto he buscado, envenenando mi mente, llenándome de odio innecesario, creyendo que puedo jugar a ser dios, o a ser la mano del destino. ¿Qué utilidad real hay en eso?
Para las personas que hemos vivido tanto bullying y tantas agresiones, o incluso mucho más que lo que yo he vivido, es natural terminar viendo ataques en todos lados, y terminar con un poco de paranoia, lo cual es sano hasta cierto punto. Pero, al final, me he dado cuenta de algo importante: Lo que le haga a X o Y persona no repara lo que esa persona me hizo en algún momento. Hacer daño sólo me volverá igual a esa persona. Eso no le sirve a nadie, ni a nada… Y esto mismo te comparto, mi querido lector. Porque, al final, a todos y a todas nos terminará llegando la misma conclusión.
Por eso sé que no es buena idea quedarte con esos pensamientos en tu mente. Muchas personas más habrían sufriendo todo tipo de horrores si la venganza fuese un camino válido. Simplemente, no sirve. Pero entonces, ¿Si no sirve culparte a ti mismo o a ti misma, ni culpar a la persona que te agredió, ni hacerle lo mismo a otros, qué queda?
4. Trascendencia.
Yo no te voy a dar un discurso de falso coach, ni vengo de parte de uno de ellos. No te voy a decir que todo es neutro y que sólo tú decides cómo te afecta, o que todo es positivo y que sólo tú lo vuelves negativo. Eso de que «creas tu propia realidad» es una excusa nada realista para justificar tus propias acciones desmedidas en el mundo. Eso del «trabajo interior» sólo es una forma de dopar tu conciencia a punta de excusas.
No soy tan estúpido para decirte esas cosas. Pero, por favor, pon atención a lo que te diré justo ahora.
La vida es dura. Y las cosas que nos pasan no son las más agradables casi nunca. Ya es justo que saques de tu cabeza, mi querido lector, la ingenua idea de que vivimos en un cuento de Disney, o de que el mundo sólo está en los blancos y negros.
Pero, si te pones a pensar con detenimiento, cada mal momento que has vivido, cada «mal día», trae consigo algo importante que puedes tomar.
Del bullying aprendes a ser sensible con las personas que son diferentes, a saber de qué forma puedes generar dolor en otra persona sólo por ser ella misma. Y, si eres lo bastante sensible, aprendes a nunca generar ese dolor, a aceptar la diferencia y ver a las personas en su individualidad por lo que son. Quitar las etiquetas, ver a cada persona como un mundo y aprender de ese mundo, crecer con la experiencia de otros.
Del asesinato de un ser querido aprendes lo que se siente que alguien importante en tu vida te sea arrebatado. Aprendes el valor de la vida en cada persona. Y, eventualmente, en cada ser viviente de este mundo, o de cualquier mundo. Ves la belleza en cada historia y, con el suficiente tiempo, entiendes por qué «no matar» es un mandamiento tan válido sin importar si eres o no religioso o religiosa. Entras en armonía con la vida.
De la violación aprendes cuánto y cómo una vida puede ser destruida. Aprendes el valor del respeto, de la ternura y el cariño en cada relación sexual que llevas. Del consenso, de la ternura y de la pasión, de compartir tus deseos y de que te sean compartidos los deseos de tu amante. De no forzar, de detenerte y de respetar. Aprendes a respetar siempre la voluntad y el deseo de tu pareja, y a hacer respetar el tuyo sin usar la violencia en ningún momento y bajo ningún concepto.
Del robo te queda, con mucha facilidad, cabe decir, el valor de tu trabajo y de las cosas que, materiales o no, banales o profundas, logras con el sudor de tu frente. Así como aprendes lo que son para ti, terminas comprendiendo, si tienes la suficiente empatía, lo que son para los demás. «No robarás», sin importar si crees o no en la biblia, es un mandamiento demasiado válido, pero sólo entiendes su significado y profundidad cuando has sido robado o robada en tu vida.
De ser víctima de corrupción te queda una profunda comprensión de lo que bien puedo llamar «la injusticia de la justicia». De cómo unos cuantos pueden dirigir el destino de muchos, y de cómo las trasgresiones de esos cuantos pueden afectar a tantas personas, de forma tan negativa como profunda en las raíces y núcleos de la sociedad. El desprecio a la corrupción siempre es encabezado por personas que hemos sufrido de abusos por la corrupción.
De cada vez que te parten el corazón en una relación amorosa o afectiva, aprendes cuáles fueron tus errores. Los comprendes repasando la historia que has vivido y destripándola hasta su último átomo, por así decirlo. Entiendes cómo una historia puede llegar a la posibilidad de cometer el mismo error, y entiendes finalmente lo que debes hacer para evitarlo. Recibes la lección que necesitas de tu propia mente, con base en tus propios errores, en tus propios desaciertos. Y también ves los errores ajenos, y comprendes, finalmente, lo mismo: Qué tiene que pasar, y en qué momento, para que un error igual se desencadene. Sabrás qué hacer antes de que suceda, y sabrás cómo corregir tus errores antes de cometerlos.
En otras palabras, y sé que estoy arriesgándome demasiado a terminar en plan «Paulo Coelho» con esto, cada experiencia negativa trae consigo algo positivo. Algo que te hará crecer, que te hará ser mejor.
A eso llamo «trascendencia». La voluntad de encontrar un mejor camino, de alcanzar ese potencial que tiene todo ser consciente y sensible. No es un camino fácil, pero sólo piénsalo un momento: Si no tiene caso culparte a ti mismo, ni a otros, y tampoco es buena idea convertirte en uno de ellos, la única opción que queda es alejarte. Y si estás en el fondo del abismo, sólo puedes subir… ¿Verdad?
Conclusión.
Y ¿Por qué ser mejor tú en vez del otro? ¿Por qué no? Al fin y al cabo, nadie va a vivir tu vida. Nadie va a estar por siempre ahí. Y ya has de saberlo, si has vivido lo que muchos de nosotros: De hecho, muchas personas quieren verte caer. Quieren hacerte daño. Pero sólo si tomas lo mejor de lo peor, te podrás dar el lujo de decir que nadie pudo destruirte.
Es un pensamiento alentador, ¿Verdad, mi querido lector?
Al final, puedes tomar de este escrito lo que mejor te convenga, y usarlo como mejor te parezca. Es tu decisión quedarte con cualquiera de estos estilos de conducta. O encontrar tu propio camino, si así lo deseas.
Pero, mi deseo para ti, y la conclusión de todo este escrito, para mí, es la misma…
Deseo que trasciendas, como mejor puedas, con todo mi corazón.
Si has pasado por algo feo, como yo y como muchos otros, quiero que sepas que lamento muchísimo lo que te ha ocurrido, que te comprendo y que, aunque no pueda saber quién eres, o no pueda abrazarte ahora mismo, o sonreírte, o estar para ti más allá de estas letras… Te quiero.
Si no has pasado por esto, pero quieres hacer algo por alguien… Compártele este escrito, por favor. A lo mejor mis palabras puedan servir de algo y ayudar a sanar a un corazón por ahí… O no. Como desees trascender, o si no lo deseas, al final, es tu decisión. Y siempre lo será.
Buenas noches.