Herejía

Te escribo desde estas páginas viejas,
ennegrecidas,
mohosas y arrugadas,
llenas de sal y aceite…

Te escribo,
fragmento de mis recuerdos,
coágulo de mi sangre,
pedazo de mi llanto,
ya por inercia,
sin agonía…

Te escribo,
hermosa epifanía de mi mente,
para darle la razón al poeta,
para recordar lo largo
del olvido…

Escribo a mi dolor,
lo último que alimenta
mi corazón agrietado,
cansado ya de estar adolorido,
que salpica la poca sangre
que aún me habita a los oscuros rincones
de mi abismo interminable…

Te escribo,
recuerdo mío,
abrumado por la pena,
inerte entre mis memorias,
vacuo,
mórbido,
impasible entre la sombra
de mis pasos en la tarde…

Escribo a mi propio fantasma,
bañado, como el guerrero de antaño,
en sangre de dragón azul,
desesperado por lo único
que siempre ha de esquivar mi devenir…

Te escribo,
sí,
te escribo,
porque ya no sé
de qué otra manera
pudiere vivir sin ti.

Te escribo porque te amo,
te amo,
te amo,
te amo,
TE AMO.

 

Si,
ya no puedo ocultar
los albores de mi propia verdad,
ya no puedo evitar
desear encontrarte, al menos por última vez,
para saberte al menos viva.

¡Que tus ojos me miren con desprecio
y tu piel se enverdezca del asco!
Que mi cuerpo quede tendido,
tirado en el pavimento,
fluyendo rojos de tantas patadas
y botando incoloros
de tantos karmas.

No me importa,
si puedo verte.

Y por eso te escribo.
Porque tengo el deseo estúpido
de que esta carta
pase por tu camino,
aunque nunca llegue a tocar tu regazo.

 

Aunque mis letras
se pierdan en el vacío
y sólo quede mi aliento
en cada fragmento
del aire del sendero que siempre camino,
en medio de la noche
que no ha hecho más que verme
llorar sin lágrimas
y sufrir sin gritos…

 

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Y, no importa cuanto duela,
el amor sigue siendo tan corto…

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